lunes, 18 de marzo de 2019

Felonía


Felonía: apuntes para interpretar el trabajo de José Vívenes

Al H. Señor Jaime Spence

 Cuando el ingenio de América su frente corone con los lauros de la gloria,
Y en el campo del arte, floreciente digno sea su nombre de la historia,
al recuerdo lejano del presente de esta fiesta del alma hará memoria.
Y habrá de bendecir, en su fortuna, al que alentó sus pasos en la cuna.

Ser hombres, combatir, vencer al cabo y alzar libres la frente al firmamento
y ser un pueblo independiente y bravo, de noble instinto y varonil aliento;
mas no se rompe el yugo del esclavo ni se cumple de Dios el pensamiento
si el arte al fin con su poder fecundo no le da nombre y lo pregona al mundo.

Por eso Venezuela agradecida al elevado fin que le señalas,
 al entrar del espíritu en la vida viste feliz sus más valiosas galas,
 crepúsculos de aurora no sabida, débil ensayo de atrevidas alas
 que, por falta de espacio, luz y aires, no dejas el vergel del patrio Guaire.

Más hoy que en torno a la discordia cesa y tranquilo el espíritu, se lanza
 tras de mas noble, generosa empresa a la voz de la paz y la esperanza,
digna se hará de la inmortal promesa que de su causa el arte a dar alcanza
y tu fecundo afecto será un día orgullo y gloria de la patria mía[1]


28 de julio de 1872
Heraclio M. Guardia


Las nobles aspiraciones de la lucha por la emancipación

Proponen Beatriz González Stephan y Jens Andermann en su introducción a la compilación de textos presentados en la publicación: Galerías del Progreso: Museos, exposiciones y cultura visual en América Latina, lo siguiente: “La exhibición del mundo es ante todo la de una experiencia o percepción del mundo como ‘orden de cosas’ desplegado ante la mirada soberana del sujeto que lo contempla a distancia”[2]. Esta mirada soberana coloca la realidad observada bajo su escrutinio ordenador.

En el contexto decimonónico venezolano, específicamente en el año de 1872, la exposición preparada por el emprendedor viajero James Mudie Spence, la “primera exposición de Bellas Artes venezolana” antes de su regreso a Europa, junto a un grupo de amigos entusiastas del arte en los espacios del Café del Ávila, los días 28, 29, 30 y 31 de julio, sugiere la emergencia de un orden. Ante todo, representaba un esfuerzo extraordinario por erigirse en un puente que, a través de las bellas artes, lograra equipararnos con los países más adelantados del planeta, específicamente: Inglaterra, Francia y los Estados Unidos: el presente moderno, ya no se trata de mostrarnos como el pasado inhóspito y salvaje. Asumir nuevos estilos estéticos implica, como lo ha sugerido González Stephan, dejar de ser tropicales[3].

Se constituye, entonces, una confluencia entre las “bellas artes” y el imaginario naciente de la nación venezolana, que en el caso del proyecto político articulado por Guzmán Blanco se articula sobre la “gesta de independencia” y específicamente en la adopción del culto a Simón Bolívar, no es casual que el texto que recoge las memorias de Jame Mudie Spence, publicadas en 1878 se titulen: La tierra de Bolívar, o, guerra, paz, y aventura en la República de Venezuela. Pero, más elocuente y también una clara política cultural sobre el uso y manejo de la gesta de independencia para la articulación de un orden político, resultan las palabras pronunciadas por el historiador y diplomático venezolano Eduardo Calcaño, en el contexto del brindis ofrecido a propósito de la exhibición realizada en el café “El Ávila”:

El señor Lcdo Eduardo Calcaño tomó la palabra, y después de expresar su satisfacción por los generosos esfuerzos que el señor Spence había hecho a favor del arte en Venezuela, y de definir con elocuentes rasgos la misión de éste, dijo que era necesario que nuestros artistas se inspirasen en los episodios de nuestra gloriosa lucha de la emancipación; y animando el mármol los escultores, dando vida al lienzo y el papel los pintores debían dejar á la posteridad monumentos en que nuestros hijos encontrasen ejemplos elocuentes que levantasen su alma a las nobles aspiraciones[4]


De la épica del desencanto al desencanto épico

Si en el año de 1872 las aspiraciones de Eduardo Calcaño proponían la confluencia de artistas y los “episodios de la lucha de emancipación” para articular visualmente las formas de la nación. Entonces, podemos inferir que 147 años después asistimos, desde la perspectiva de las prácticas artísticas, a la traición (o felonía) de estas pretensiones conformadas para erigir una épica monumental a partir de la idealización de los discursos del bolivarianismo, lo que el historiador venezolano Tomás Straka define como épica del desencanto[5]. Sin duda un dilema trágico del devenir de Venezuela como República. En estos términos lo introduce el propio Straka, luego de una revisión de las voces historiográficas que asumen una distancia crítica sobre este tópico y tomando como referencia las palabras del pintor Tito Salas, operador visual de esta épica del culto a Bolívar quien en una entrevista señaló: “En Venezuela la gente piensa en el Libertador como piensan los ahogados en un salvavidas”[6]:

Ya en los textos citados de Luis Castro Leiva, Germán Carrera Damas, Napoleón Franceschi y Elías Pino Iturrieta sobre el tema, se ha insistido con suficiencia en esa relación si se quiere patológica de la sociedad venezolana con Bolívar. De una sociedad insatisfecha con sus logros actuales se refugia en la gloria del pasado como -válgase la expresión marxista- una suerte de opio que la haga sentir mejor. Aunque a veces estas críticas a la religión bolivariana van al otro extremo y descuidan lo que, también, de positivamente inspirador pueda tener el Libertador para los venezolanos, eso no desdice lo que, precisamente el creador de iconos señala: Bolívar como preámbulo de salvación, como dios, porque en efecto los naufragios son de las pocas circunstancias en las que nadie es, tajantemente, del todo ateo (…) Un dios cuya estampa e ídolos requieren veneración. Un dios para una sociedad náufraga, que busca a qué asirse. Una sociedad náufraga que ve a Bolívar como su salvavidas. La imagen es tremenda. Más aún la imagen es trágica.

Esta transgresión (felonía) sensible al culto de Bolívar es equivalente a la emergencia secular que emprenden algunas voces críticas de la historiografía venezolana. Si bien es cierto, que como apunta Tito salas recurrimos a “Bolívar como salvavidas”, también es cierto que hay una mirada que se opone a esta construcción redentora. Una mirada crítica, una mirada transgresora y atenta al manejo ideológico y político; que, desde los tiempos de Guzmán Blanco, se pretende proyectar como horizonte de sentido a través de la imagen de las “luchas de emancipación” y de su principal protagonista: el rostro del Libertador. Es decir, podemos dar cuenta no solo de una “Épica del desencanto”, sino también de un desencanto épico.

            Este desencanto épico es una de las características que definen el panorama de las artes visuales en Venezuela en el contexto de la crisis democrática generada por la denominada “revolución bolivariana” y su llamado a conformar el “Socialismo del Siglo XXI”. Una crisis política, económica, social y cultural que comprende todo el periodo que se inicia el 04 de febrero de 1992 con la irrupción del llamado movimiento bolivariano, a través de un fallido golpe de Estado e intento de magnicidio, bajo el liderazgo de un grupo de militares y que se extiende hasta nuestros días.

Bajo este contexto, los creadores han emprendido una revisión crítica de la tradición que convierte la imagen de Bolívar en un culto erigido para acotar y dominar las fuerzas diversas y democráticas que constituyen y conforman el tejido de una sociedad compleja como la venezolana.  Es decir, son creadores que se oponen a la manipulación y el chantaje, anclados en motivaciones pretéritas, para justificar la imposición y dominación del presente.

Sus miradas representan alternativas abiertas a la trasgresión de la iconografía republicana y bolivariana. Estas proposiciones se rigen por un espíritu profundamente reflexivo, analítico y escéptico. Contaminan, deforman, subvierten la historia como monumento hierático erigido para la domesticación de la voluntad creadora. Sus interpretaciones de las formas sensibles de la historia se oponen a las fuerzas del pensamiento único articulado sobre la base de certezas inamovibles, centradas en valores ideológicos incuestionables. Este impulso se construye mediante un ejercicio incesante de generar preguntas y cuestionamientos a los registros que nos brinda la historia, es un equivalente en el practicas artísticas a lo que el propio Tomás Straka define como “la rebelión de los historiadores”[7]


Felonía. Disección, vacío y democracia.

El artista venezolano José Vívenes (1977) es uno de los creadores que conforman la emergencia del desencanto épico. Parafraseando a Straka podemos sugerir que integra el grupo de artistas que, al igual que algunos historiadores críticos, se encuentran “hartos de Bolívar”. A propósito de sus propuestas de creación nos centraremos en describir de forma general los trabajos que conforman la muestra Felonía, que se exhibe en los espacios de la Organización Nelson Garrido (ONG) durante los meses de enero y marzo del 2019.

Los ejercicios que integran la exposición están centrados en las posibilidades del papel como soporte para la construcción de un lenguaje crítico, íntimo y orientado a la ampliación de los bordes propiamente pictóricos de su trabajo personal. Esta exposición está integrada por un total de 196 trabajos, conformados por una serie de collages de diversos formatos, un cartel y varias pruebas de impresión gráficas (maculaturas) intervenidas, dibujos en tinta gráfica y óleo realizados sobre papeles impresos, así como una serie de postales y portadas de publicaciones alteradas por el ejercicio de disección y recomposición emprendido por Vívenes.

Estas proposiciones sensibles articuladas a través del papel como eje de experimentación son el resultado de los procesos de investigación que se producen dentro del taller del artista, tal como lo señala el propio José Vívenes: “representan una obsesión por experimentar y redimensionar el trabajo a través de otros materiales y otras vías extra-pictóricas”[8]. Su conjunto hace transparente las diversas inquietudes que movilizan la práctica sensible, especialmente la necesidad de ampliar las posibilidades del lenguaje estético incorporando nuevos procesos a la construcción de horizontes de sentido. Pero también el uso del papel representa una metáfora del soporte por esencia del material de archivo que representan las fuentes documentales propias de la historiografía.

Entonces, los ejercicios que integran la exhibición pretenden, a través de la exploración del papel y el juego con sus contenidos gráficos; por una parte, transformar las posibilidades del lenguaje personal del artista, allí su perspectiva crítica que se sostiene en un riguroso ejercicio reflexivo sobre lo que significa la práctica sensible. Pero también, suponen la apuesta por el ensayo y la experimentación orientada hacia la búsqueda de un discurso trasgresor sobre la sociedad, la historia, la religión y la política; es decir, las formas propias del poder y sus vínculos con la imagen. Y, específicamente, centrado en la crítica al discurso que sirve de andamiaje al culto a Bolívar como fuente de sustentación de la idea de nación y del estado venezolano.

En este sentido, Vívenes elabora un universo teratológico (monstruoso) que altera y deforma la imagen del poder como expresión del desencanto épico. Deshumaniza, disecciona, sustrae, genera formas a través del vacío. Simultáneamente, libera las fuerzas irracionales, libera la animalidad; estas alteraciones erosionan las bases hiperbólicas que sostienen los discursos épicos como discursos del poder y su dimensión totalizante.

Mediante este impulso sustrae, extirpa una visualidad que se erige como culto y referente del pensamiento único. Bajo esta operación de diseccionar y extraer avanza sobre la ausencia de la imagen (iconografía del culto) y construye mediante el silencio y el vacío una mirada otra, articulada como gesto secular. Ejerce un sacrificio iconoclasta que opera sobre una traición crítica, una felonía a quienes ofician las formas de culto y concentran el monopolio del sentido. Se trata de un vaciamiento iconográfico que al diseccionar, sustraer y alterar pretende liberar la potencialidad estética de la imagen de sus ataduras ideológicas.

Se advierte una operación similar a la que esboza la obra del pintor holandés Rembrandt (1606-1669) conocida como Lección de Anatomía (1632) pero sustituyendo el cadáver inerte del ser humano sobre la mesa de disección, por la idea misma de la imagen inspirada en “los episodios de nuestra gloriosa lucha de la emancipación”, discursos que están al servicio de las certezas inequívocas del pensamiento único que no construyen alternativas distintas a, esto o aquello, la patria o la muerte. Se trata de la disección de las imágenes del culto, de su vaciamiento secular. Una autopsia al cuerpo social para recomponerlo y recuperarlo de las patologías que lo enferman y le impiden su articulación y fortaleza democrática.

Los trabajos inquietan al espectador, aportan temblor y fascinación, dudas. Abren puertas, elaboran nuevos caminos. Allí radica su virtud poética y su voluntad ética. Tal como hemos esbozado, se inscriben sobre la perspectiva del desencanto épico, invirtiendo la expresión épica del desencanto acuñada por el historiador Tomás Straka a propósito del culto a Bolívar, y sus vínculos con la tradición de la historiografía y la política en Venezuela. Este impulso secular, esta rebelión sensible e historiográfica, representa una forma para propiciar la construcción de nuevas posibilidades y significados e imaginar alternativas políticas centradas no en los héroes, ni en líderes mesiánicos que emergen como salvadores ante el desencanto; sino en el conjunto de los ciudadanos movilizados por la construcción de nuevas formas y prácticas democráticas. El arte nuevamente constituye una forma de liberar el deseo para ocupar el vacío y la complejidad que impone asumir las preguntas ante el devenir dentro de las realidades que nos conforman. 




Gerardo Zavarce






[1] Poema del Sr. Heraclio García leída por Eduardo Calcaño durante el banquete ofrecido, el 28 de julio de 1872, a propósito de la Exposición de Bellas Artes Venezolanas. Texto publicado en La Opinión Nacional, 29 de Julio de 1872.
[2] p.9.
[3] Beatriz González Stephan, ¿Cómo dejar de ser tropicales? La negociación de los estilos modernos en las exposiciones universales: la primera exposición venezolana, pp. 269-290.
[4] La Opinión Nacional, 29 de Julio de 1872.
[5] Tomás Straka. La épica del desencanto. Editorial Alfa, 2016.

[6] Ibídem, p. 164
[7] Tomás Straka, ¿Hartos de Bolívar? La rebelión de los historiadores contra el culto fundacional. Academia Nacional de la Historia (Venezuela). Boletín de la Academia Nacional de la Historia92(365), p. 51.

[8] José Vívenes, comunicación personal, 18 de enero de 2019. 


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